Rosas para Luis y Esteban

 

Me crucé ayer, camino del puesto de periódicos, con una muchacha a la que veía mucho en el gimnasio -tiempos aquellos cuando estaba tan sano que daba asco. Venía taconeando con sus botas a lo mosquetero y unas gafas de sol oscuras. No la reconocí. Saludó al cruzarnos y entonces me di cuenta de quién era. Se le ha puesto cara de casada.

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El jueves estuve de tertulia con Luis Bravo al sol de la plaza, aunque él andaba algo constipado. Luis es un formidable pianista, discípulo de Esteban Sánchez, el de Orellana la Vieja, un pianista tan grande que Barenboim dijo que no se atrevía a grabar la Suite Iberia después de lo logrado por él. Grandísimo músico, cuya pérdida temprana nos dejó sin alguien fundamental en la región. Tras dar conciertos en las mejores salas y teatros del mundo, decidió retirarse a su pueblo y llevar una vida oscura, de conservatorio de provincias. Luis representa muy dignamente la continuidad y es lo suficientemente joven como para alcanzar lo que se proponga, siempre que la mediocridad y las puñaladas del ambiente se lo permitan.

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Ayer vi el último juguete de Scorsese, un director que -al decir de algunos- está muy sobrevalorado. A mí me pareció un bonito cuento infantil, una historia y unas imágenes que mis hijos hubiesen disfrutado mucho cuando eran niños. La pregunta es qué me ha llevado hasta esa sala a aguantar una película que no es para mí.

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Leo en diagonal un artículo sobre Cuba en JotDown de quien firma como Mercutio. Se lee bien pero sabes cuál va a ser la conclusión desde la tercera línea. Sin embargo, cuestión de nariz, hay cosas que nos escamotea, puede notarse. El punto de vista, fascinado por momentos, saca pecho para no caer arrollado y, aunque se nota que se le han hecho los ojos chirivitas suelta aquello del que come un plato que -dicen- no ha de gustarle y balbucea, por haberle gustado: no, si yo ya… ya yo… De nada, Mercutio.

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Ayer, también, me compré una recopilación de las obras más conocidas del escritor de Mondoñedo, cosas que tengo -la mayoría- en ediciones de su tiempo. Me atrajo la idea de tenerlo todo junto pero, especialmente, la posibilidad de que mi hijo pequeño, el que le gusta escribir, pueda leerlo sin tener que prestarle mis libros.

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Qué raro cuando un artista, persiguiendo la fama, pierde el fuego que lo alentó en sus comienzos. Esto es a propósito de la exposición Redon que hay en la Sala Mapfre de Recoletos en Madrid. En toda esa cantidad de obras hay media docena que valen la pena: unos paisajillos muy bonitos de sus comienzos y un par de apuntes de cabezas en dibujo. Obras sinceras, directas, sin adherencias. El resto es estilo.

Se nota mucho lo que hay: un pintor joven, de talento similar a muchos otros, que busca el atajo del ismo, ese trampolín que emputeció el siglo XX aniquilando a muchos artistas verdaderos.

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