La niebla y un retrato

Alguna vez he pensado regalarle un reloj barato a Felipa pero qué haría entonces cada mañana, sin poderle preguntar la hora a todo el que pasa por la plazuela. Una hora que hay que repetirle varias veces y en voz muy alta porque está perdiendo oído.

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Las nieblas mañaneras se han apoderado de la zona, desde el cauce del Tajo hasta aquí. Detrás está el sol pero hay mañanas que no tiene la fuerza de romper el velo y el día se queda gris. Hay que ver lo bonito que está el pueblo con esos esfumados. Las torres, -San Martín, Santa María y la Torre Julia-, pierden sus últimos tramos en el gris desleído. De la torre del Mirador de las Monjas no se ve nada. Cruzar la plaza de noche, con las farolas encendidas como si fueran cerillas que arden lejos y que apenas permiten distinguir la mole de los palacios, te hace apretar el paso camino del café.
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Cada acto de nuestra vida, cada elección, tiene un precio que debemos pagar. Es de cobardes llorar por ello aunque a nadie comprendo mejor que al cobarde.
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¿Cómo andará el pantano de Madrigalejo, allí donde murió Fernando el Católico? Las encinas a medias sumergidas deben parecer fantasmas de una película vieja, de aquellas de cine de reestreno, que metían un miedo tremendo en mi ánimo infantil.
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Suenan voces en la plazuela que la niebla no amortigua. Una mujer discute con niños, probablemente sus hijos. El portón siempre está abierto y el cortavientos no es bastante para silenciar las voces de los que pasan. Es un raro privilegio el que disfruto desde esta mesa de despacho en la que escribo, en esta plazuela por la que no pasan coches.
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No sé qué pensar del supuesto Velázquez que han subastado recientemente. El retrato, aún en las fotos de la prensa o en la pantalla del ordenador, está muy vivo y esa viveza, en la pintura española, sólo es patrimonio del sevillano-portugués. Pero algo me inquieta, sin ver el original: o está muy mal reproducido o tiene algunos repintes. Claro que si de eso se trata Velázquez está debajo.
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Me ha parecido leer que puede ser el retrato de alguno de los maestros de caza de Felipe IV. Que yo sepa hubo dos: Juan Mateos y Alonso Martínez del Espinar, ambos autores de sendos tratados cinegéticos. El retrato que le hizo al montero Juan Mateos está perfectamente catalogado, así que debe ser Martínez del Espinar, autor del Arte de Ballestería y Montería.
En el Prado hay un retrato, considerado obra del taller de Velázquez, del citado Martínez del Espinar. Aparenta menos años y luce un poblado mostacho. Los rasgos podrían corresponderse en ambos retratos, con la diferencia de edad.