El peso de la vida

Algunas cosas de la vida, muy importantes, necesitan que se tome distancia para apreciarlas; ponernos al borde de la pérdida para distinguir realmente su valor. En definitiva, romper el frasco del más potente de los anestésicos, que es la costumbre.

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Como aquel personaje de Ibsen que recorre el mundo buscándose para terminar dándose cuenta de que él siempre estuvo presente.

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A veces ciertas rupturas necesarias nos hacen parecer malvados a ojos de terceros, tanto más cuanto más nos han querido; no tienen en cuenta que la intimidad con que las tratamos hace imprescindible que la quiebra sea abrupta porque nunca podríamos hacerla poco a poco.

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Hace tiempo yo tenía varios acosadores: un diarista que me rotulaba como X para contar mis aventuras, unas ciertas -las menos- y otras inventadas. Después aparecieron sus corifeos (pongo la palabra, tan rebuscada, en el sentido que le daba JK, de ‘coro’ y ‘feo’) y la presión subió la aguja. Sólo faltaban una enferma mental, un defensor inexplicable y un tercer agente necesario que prefiero mantener en la sombra. Para escribir una novela, si yo me dedicara a eso.

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Hay bancos de niebla en torno al Tajo, que pasa al otro lado del puerto, pero los días son soleados y fríos, sin la esperada lluvia que mantenga los pastos y cebe los manantiales. Cayeron las primeras heladas y Gredos está con muy poca nieve. El jardín aterido, podado, mostrando sólo muñones y la nota discordante de naranjas y limones. Se puede disfrutar un rato por la mañana, sentir la caricia del sol tibio mientras se mira a los pajarillos del invierno picoteando Dios sabe qué cosas.

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En algunos momentos de mi vida, muy pocos, he conocido el sabor de la carne comprada. Habitualmente no me ha satisfecho a pesar de mi natural curiosidad por la vida. No he ido con cualquiera, he tenido que verles algo en la cara, en la actitud, más allá de los efectos propagandísticos. Me pongo a pensar en ello y me doy cuenta de que el hilo conductor, lo que me las hizo atractivas, era el dolor, el peso de la vida. Una vida que nunca escuché en sus carnes tristes sino en mi cabeza.