Miguelito

 

cncn

 

 

Era menuda, bien formada, ágil y viva. Solía llevarla al cine a pesar de la diferencia de edad (yo era un adolescente y ella una mujer). Los acomodadores nos miraban preguntándose qué era aquello y solían alumbrarnos con la linterna durante la proyección.

Le gustaban mucho las películas, como a mí, pero su marido no la llevaba nunca a verlas pues era incapaz de soportar cinco minutos en la sala oscura. Yo la invitaba con cierta frecuencia y, si no tenía otra cosa que hacer, aceptaba con gusto. Después solíamos tomar un helado, en verano, o alguna bebida reconfortante en tiempo frío. Al terminar se iba pronto, antes de que su marido llegase a casa.

Padece alzheimer y su memoria se ha empezado a borrar. No acepta separarse un metro de su marido. La hija mayor la lleva cada tarde a un corto paseo porque sus piernas no dan para más. Mirando atrás no puedo explicarme cómo ha podido pasar tan deprisa su vida. Apenas ayer era una mujer joven y guapa y pronto llegará el final.

*

Miguelito el de las hierbas no fue siempre así. En su juventud se bañó en una charca muy fría después de comer y tuvo un corte de digestión. Se le paró el cerebro durante unos instantes y cuando despertó ya no era el de siempre. Le dio por ir todos los días a la sierra, a por cosas comestibles o animales de los que se dejan coger con facilidad. Te pone un saco de romazas en la puerta y extiende la mano para un café. A veces se desconcierta con la marea y dice cosas que sólo existen en su cabeza:

Cien mil guardias civiles ardiendo

La vaquilla ha matado ayer a quinientos

Los números, las cantidades, tienen algún tipo de efecto sobre él. Son las únicas preguntas que hace:

¿Cuántos olivares tienes?

Puedes responderle cualquier número aunque prefiere las grandes cifras:

Tengo cinco mil, Miguel.

En verano, cuando vuelve de la sierra y su hermana le da la cena temprano, sale y se sienta en la plaza, sin hacer consumición. Apoya una silla contra la pared y comienza a reír para sí, con expresión beata, como si estuviese contemplando el coro celestial. Ríe hasta que se queda dormido. Al rato despierta y se va sin decir nada, ajeno al mundo.

Una vez, ella le preguntó de qué se reía y contestó:

De la cantidad de tontos que hay.

Cuando va a haber marea, Miguelito se encrespa y aunque es muy pacífico comienza a soltar unas voces que alguien que no le conozca puede pensar que se trata de un tipo muy peligroso. Últimamente lo que más repite es: «¡Te corto el caño!». No es de extrañar que los turistas, que no entienden lo que dice pero oyen el tono y ven los aspavientos, se alejen temerosos. Si supieran que es incapaz de matar una mosca, que es como el personaje de Harper Lee, no pondrían caras de susto.

Otras veces se mete por las calles poco transitadas y, en la hora de la siesta, se le oye desde mi estudio. Uno de esos pájaros que anidan en el patio, grandes imitadores, pretende cogerle el tono y alguna vez me ha hecho reír con la broma.

Miguelito está mayor. No sé los años que tiene, tampoco creo que lo sepa él, pero no bajará de setenta y cinco. Está seco y amojamado, curtido como piel de caballo. El caminar cada día hasta la sierra, andorrear por ella y volver, son muchos kilómetros. No hará menos de treinta y cinco o cuarenta. A Miguel le da lo mismo el sol furioso de agosto, cuando ni los pájaros se atreven a salir de la sombra, que un aguacero para el que no hay refugio. Cuando va por la carretera y ve que llega un coche hace gesto de pedir que lo lleven pero con su pinta nadie para.

Si coincide, ella o yo lo traemos o llevamos pero sus horas no son las nuestras. En un bar que hay a la entrada del pueblo me lo encontraba algunas veces y lo invitaba a café pero me llamaron la atención porque Miguel tiene la costumbre, verano o invierno, de empelotarse en el cuarto de baño, y regarse entero con el agua del lavabo. Lo pone todo hecho un desastre y al dueño no le gusta. Desde hace poco tiempo se ha picado a pedir limosna a los turistas, en silencio. No sabe qué hacer con el dinero salvo tomar café. Creo que le gustan las monedas como objetos porque a veces te pide que le des una de las chiquitas.

*

En el arte moderno ser el primero en algo tiene una gran importancia. Por ejemplo: «Fulano es el primero que pegó una zapatilla en un cuadro«. O cualquier otra cosa, hasta lo más absurdo: «El primero en darle una cuchillada a un lienzo fue…»

Esa manía de los pioneros nos ha traído de cabeza: parece que el arte moderno no puede ser salvo instalado en ella.

*

Cárdenas es una ciudad de Cuba en la que los coches de caballos, en todas sus variedades pero con preferencia por el tílbury, son los vehículos predominantes. Como otras poblaciones de la isla las casas se hicieron con soportales para protegerse de las inclemencias del tiempo. Y esa mezcla de soportales y carricoches de tracción animal resulta encantadora, aunque no tanto como los semblantes morenos abanicándose en la sombra.