Magnicidio

 

Pies'98

 

Una escritora y periodista de notable inteligencia opina que el asesinato del presidente Carrero Blanco fue obra exclusiva de ETA. Es posible pero quedan muchos cabos por atar y tal vez nunca puedan ser atados pues los actores del drama han muerto, llevándose con ellos las claves por descifrar.

Hasta cuatro veces fue detectado el comando, la plana mayor del grupo terrorista, y nadie hizo por detenerlos. En los cuatro casos llegaron instrucciones ordenando que se detuvieran las pesquisas pues todo estaba bajo control. Para mayor despropósito, los infiltrados avisaron de que se preparaba un atentado muy importante en Madrid.

Los valedores y guías de los terroristas en la capital de España fueron el matrimonio formado por Eva Forest y Alfonso Sastre, dos personas muy vigiladas de cerca por la Brigada Político-Social. Argala, jefe del comando, y la Forest no tuvieron problema en citarse en conocidas cafeterías del centro, alguna próxima a la Puerta del Sol, donde tenía su sede la Brigada. El etarra asistió a funciones teatrales y zarzueleras, solo y acompañado, sin que nadie lo reconociera. En el barrio donde se encontraba el piso de la calle Mirlo en el que se alojaron hicieron bastante vida social: solían bajar a tomar copas y echar partidas de mus, pegando la hebra con los vecinos. Su fuerte acento vascongado los delataba al punto de que los llamaban, en broma, «los etarras». Sin embargo, un guardia civil se mosqueó e hizo algunas indagaciones con el portero del inmueble. Algo debió encontrar sospechoso porque llamó a su cuartel informando y pidiendo instrucciones. Le dijeron lo de costumbre, que lo dejase porque todo estaba controlado.

En vísperas del atentado llegó a Madrid Henri Kissinger, el judío alemán nacionalizado norteamericano, para discutir con Carrero y su ministro de Asuntos Exteriores, López Rodó, la utilización de las bases. El escenario de fondo era la guerra del Yom-Kippur y los USA pretendían apoyar a Israel, algo que no convenía a España en aquellos momentos a causa del petróleo.

Además de las visitas de protocolo y trabajo, Kissinger quiso visitar el museo del Prado y el Madrid de los Austrias. Hizo lo primero pero salió disparado antes de hacer lo segundo, aunque todo estaba organizado y previsto. Su nueva etapa era París, donde nadie lo esperaba hasta el día siguiente. Parece que desde la embajada norteamericana se dieron instrucciones para que el Secretario de Estado abandonase Madrid de inmediato.

Antes había tenido una tensa entrevista con los dos políticos españoles, que no estaban dispuestos a conceder la autorización a pesar de que Norteamérica pagaba un alquiler por las bases. También se entrevistó con Franco, ya muy disminuido, y con el entonces príncipe Juan Carlos. Con éste tuvo una entrevista agradable y relajada. Hablaron de lo que convendría hacer en el futuro para normalizar el país.

El problema para la puesta al día era el franquismo sin Franco y Carrero el principal obstáculo. Su devoción y entrega a la causa, su capacidad de trabajo y su nulo interés por nada que no fuera lo que entonces se llamaba «servicio a España» hacían de él un elemento imprescindible para que el reinado de Juan Carlos hubiera sido un teatrillo de marionetas.

Todavía en vísperas del atentado, Iniesta Cano, a la sazón director de la Guardia Civil, avisó al coronel San Martín, jefe del servicio secreto montado por Carrero, de que se avecinaba algo gordo, un gran atentado. Todos los elementos señalaban hacia el presidente del gobierno pero nadie hizo caso, ni siquiera un hombre tan astuto como San Martín.

Éste vivía volcado en las dos obsesiones de su jefe: comunistas y masones. Había conseguido infiltrar los sindicatos clandestinos así como los partidos tanto de izquierdas como de derechas. Su principal logro fue reflotar un Partido Socialista agotado y en una crisis tan profunda que los dirigentes ya no acudían a las convocatorias. La estrategia se demostró eficaz: mejor una izquierda representada por un partido no comunista. Las primeras elecciones democráticas mostraron que San Martín tenía razón, sólo que para ese momento ya no mandaba y a su jefe y protector lo habían hecho saltar por los aires.

La CIA ha desclasificado papeles (como si los papeles realmente serios se pudieran desclasificar) y no aparece en ellos que participaran en el atentado, a pesar de que los miembros del PNV entrenados por la Agencia pidieron reiteradamente una acción de realpolitik semejante a la chilena.

No resulta fácil distinguir en aquellas fechas entre PNV y ETA toda vez que la segunda nació del primero y continuó nutriéndose de él en diversas oleadas de militantes jóvenes. La relación del PNV con la CIA era muy estrecha pues los nacionalistas vascos cumplieron un papel ciertamente ingrato a las órdenes de los norteamericanos, entrenados por estos: vigilar a los republicanos exiliados e informar de sus movimientos.

Cuando sucede una cosa tan importante como para modificar el rumbo de los acontecimientos tenemos que decidir si culpamos al azar o desempolvamos el viejo Quid prodest? Me temo que no hay más opciones.