Un Velázquez sin flema (3)

 

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Dice Marco Boschini en su Carta del Navegar Pittoresco que Velázquez consideraba a Tiziano su pintor favorito y que amaba la pintura de Tintoretto «con todo su corazón y pureza de afectos«.

Este Boschini, a quien Velázquez conoció y trató en su segundo viaje a Italia, era un teórico del arte y comerciaba con obras según costumbre de la época. Es seguro que nuestro primer pintor visitó Venecia en su compañía y tuvo acceso a cuadros de sus admirados pintores que no eran fáciles de ver. Hizo tratos con él, además, para la colección de Felipe IV y se da por cierto que el extraordinario Lavatorio del Tintoretto que hay en El Prado fue escogido por Velázquez.

Lo que nos interesa de la relación con Boschini es que éste era contrario a las ideas estéticas de Vasari quien, al afirmar la supremacía del disegno sobre el color, estaba refiriéndose al cuerpo humano, obra perfecta hecha a semejanza de Dios. Un argumento muy contundente en su tiempo que propició varios siglos de arte figurativo y obras de una gran calidad estética y humana.

Por lógica y consecuencia el pintor que cultivaba la manera descrita por Vasari no podía estar interesado en el aspecto real de los seres y cosas. La realidad sólo existía para ser trascendida y llevada a un orden más elevado en el que los rasgos particulares dejaban de tener importancia. La Belleza, en el sentido que daba al concepto Marsilio Ficino -otro florentino-, era el objetivo a conseguir y el único modo posible de hacerlo era, como ya he apuntado, con la generalización de los rasgos, esto es: mediante la abstracción. Si a eso se le une el cultivo de la anatomía como fin en sí misma -coherente con lo dicho más arriba del cuerpo humano como fábrica divina- no puede extrañarnos que Miguel Angel fuera referente obligado para todo artista.

Sin embargo eso no iba con los pintores venecianos, que amaban lo particular y el ambiente en el que los seres se encuentran. Tan lejos como Bellini quien, cuando pinta una Madonna con Niño, no la sitúa en un espacio de arquitectura ideal sino en un paisaje más o menos antrópico, convirtiéndola en símbolo familiar para todos. Siendo Bellini el primero de los grandes pintores venecianos y dominando el color del modo en que lo hizo, sus discípulos Giorgione y Tiziano ya tenían un camino marcado. La dilatada vida del segundo se ocuparía de establecer el tránsito entre la herencia post-medieval de Bellini y la soltura barroca de Rubens.

Cuando un pintor otorga la primacía al dibujo modelado (también cabría decir modulado pues no se puede hacer una cosa sin la otra) no necesita ser un gran colorista. De hecho el color puede llegar a ser un estorbo, o al menos un asunto difícil de meter en cintura. Si el modelo del Antiguo es la escultura y esta, tal y como ha llegado a nosotros*, carece de color no hay por qué quebrarse los cascos con la observación del efímero natural y se puede dejar el croma para las draperies, donde es posible utilizarlo para dar cuerpo o sentido a la composición, además de con algunos fines puramente prácticos o doctrinales.

Por alguna razón nada fácil de explicar, los pintores venecianos fueron conscientes de que los seres y cosas carecen de límites definidos: los cuerpos no terminan en una línea al modo florentino -por muy bien trazada que esté- sino en la imprecisión. Es un modo de decirnos, muy elocuente pictóricamente, que las formas están sometidas al espacio que las rodea, que es aire, e interaccionan con él. Bonita teoría de la visión natural que viene a coincidir con la actual evidencia de que las cosas son más nada que algo.

Este modo de ver el mundo implica, naturalmente, un modo de pintarlo. Velázquez había tenido la genial intuición de percibirlo cuando todavía no dominaba por completo su arte. Basta con mirar despacio cómo se pierden en la sombra los perfiles de Baco en Los Borrachos. Podremos ver no un sfumato a la manera leonardesca sino una serie de pinceladas yuxtapuestas, próximas en valor tonal, que realizan la transición de modo tan natural y creíble que se diría que el problema representativo está resuelto sin esfuerzo.

 

 

*En bastantes casos, lo tuvo.