Cocer una rana

 

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Lo dice muy bien: para cocer una rana y que no salte fuera del agua hay que aumentar el calor poco a poco. Cuando se quiera dar cuenta ya será demasiado tarde. Así nuestra decrepitud: si pudiéramos sentirla de una sola vez saltaríamos.

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Debajo de la montaña de grasa estaba ella, lo era pero no podías admitirlo. Hubo que acudir a todo aquello que la red pone sobre la mesa, como el peor chivato, antes de maldecir el momento en el que apareció la curiosidad. Esta imagen tremenda no debe sustituir a la bella adolescente que te hizo soñar. Respiras con alivio y agradeces en lo más vivo que el numen te empujase hacia lo que está siendo tu vida. Aquellos ojos verdes se han ido para no volver.

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El don de contar es una virtud. Esta mañana, sobre el túmulo de piedras y adobes, las descripciones del entusiasta y joven arqueólogo han resucitado el siglo V a.C. en un baldío, una campiña que ahora es rasa y se ha hecho bosque gracias al análisis de pólenes mientras dos mujeres muelen trigo en una piedra de vaivén. Lo extraño, lo que destaca en el paisaje, es para quien sabe verlo. Bajo el montón de tierra aparecen las construcciones y, prendida en ellas, la vida. El manto del polvo, la tierra, lo cubre todo: afanes y crímenes. Hasta que alguien pasa por allí y rasga el velo, como el pintor de paisajes planta el caballete ante el modesto ribazo con dos árboles y los lleva a vivir en otra realidad para siempre.

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Los fuegos artificiales en el mar tenían alguna relación en tu cabeza de niño con el capitán Nemo y sus interesantes actividades. Una Virgen marinera y cierta noche del verano era suya. Salían los pesqueros engalanados con flores y lamparillas haciendo sonar las sirenas, acompañados de botes a remos con las familias vestidas para la ocasión. Se cantaba en círculo la Salve y en el azul prusia de la noche volaban los cohetes iluminando la dársena. Cuando en la adolescencia leíste Dry Salvages estos versos hicieron regresar todo lo que no eres capaz de traer aquí:

Señora, en tu santuario que está en el promontorio, / Ruega por todos los navegantes, / Los dedicados a la pesca y aquellos / Que se ocupan en lícito comercio / Y quienes los dirigen. / Reza también por las mujeres que han visto / Zarpar y no volver a sus maridos o a sus hijos, / Figlia del tuo figlio, / Reina del Cielo.

Ora asimismo por cuantos navegaban / Y terminaron su viaje en la arena, / En los labios del mar / O en la sombría garganta que no los devolverá / O allí donde no puede ya alcanzarlos / El tañido de la campana del mar, / Su ángelus perpetuo.

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Nada queda. Los pescadores murieron y las redes acabaron en el vertedero. Los barcos de madera se pudrieron en el salitre y son ahora casa de cangrejos. Sigue la Virgen en su plinto de piedra pero nadie le reza al salir del puerto. Una fiesta de borrachos. Han traído putas al banquete de Eleusis.