Mitomanía

 

 

Mi sobrino A lo traía para mí: doble sello de Canadá con el retrato de Búho Gris por Yousuf Karsh. Alguno de los comensales, admirado por la nobleza del rostro, hizo un comentario sobre la dignidad de los indios. Fue el momento de decir que no, que Búho Gris nació en Inglaterra y que por sus venas no corría ni una sola gota de sangre india. En la red está toda la información. Archibald Belaney era seguramente un mitómano aunque del tipo inofensivo. El caso es que Karsh lo convirtió en un monumento, una especie de montaña grave con su punto sacro. A través del rostro curtido de este inglés podemos ver el espíritu de los indios de los grandes bosques y llanuras.

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Dice una letra que cantaba Bernardo de los Lobitos:

Yo soy el amo del burro

y en el burro mando yo.

Cuando quiero digo ¡arre!

y cuando no digo ¡so!

Tal cual. ¿No les parece?

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Los que llamábamos macarras son la cultura. El macarrilla que se vestía de lentejuelas y cantaba no sé qué sonsoniche mierdoso nos escupe ética y filosofía existencial en la cara mientras cuida negocios con políticos sin freno.

No hay solución: en lugar de preocuparse del qué hacer, de qué vivirá la gente, se dice que festolines y macarrillas son cultura y salvación. No somos diferentes de los castristas al respecto.

En la Plaza de la Revolución de La Habana hay un letrero en el que Camilo afirma: ‘Fidel, vamos bien’. Exacto: de victoria en victoria hasta la más humillante de las derrotas. Arroz con unas cuantas habichuelas, que es una exquisitez aunque no haya nada más que llevarse a la boca.

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Los gatos se alegran mucho cuando entras en lo que consideran su territorio. A la gata le encanta agradecerte la visita con mucha cortesía: maúlla cariñosa, te enseña la panza para demostrar que confía en ti y se frota en tus piernas para impregnarte con su olor y decirte que eres de los suyos. No cabe más delicadeza con el visitante y menos doblez: la sinceridad inunda el ambiente. A cambio te pide unas caricias y, si quieres ponerte estupendo, que la cojas en brazos y la achuches un poco.

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Encuentro inesperado con M. antigua compañera de trabajo y estupenda fotógrafa. Trabajamos juntos con ilusión en proyectos que fueron aprovechados por otros, años más tarde. Es lo malo de adelantar a tu tiempo: abres la senda a machetazos, te dejas la piel colgada en la maleza, pero serán otros los que la transiten. No hay que lastimarse, es el orden natural de las cosas.

El caso es que M es geógrafa y nos lo curramos bien, cada uno en lo suyo. La de cosas que hicimos en aquellos años, la de gente que habitaba el territorio y ya no está. Ella se fue al norte de España porque, siendo trujillana y mucho, le tiraba el mar. Terminó encontrándose: e hizo profesión de su amor por la fotografía. Ahora se dedica a ponerme los dientes largos con el mar de mi infancia.

En su archivo tiene que haber imágenes del territorio, de gentes y lugares, que ha cambiado para siempre. De aquel grupo es M de quien guardo el recuerdo más cariñoso. Algunos ya se han borrado, A es un arqueólogo de renombre. De otros mejor no acordarse.

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A los directores de los museos de arte los contratan por sus cualidades como animadores y no por sus conocimientos científicos. De hecho no suele ser gente destacada en este aspecto. Prima la habilidad para el ‘agit-prop‘, que decían los comunistas históricos: cuadros moviéndose por el aire en todas direcciones y exhibidos como damas viejas pero muy bien maquilladas para la ocasión. Visitas de reyes, ‘marca España’ y quien la trujo. Jornadas de ‘puertas abiertas’, incitación a los colegiales y mucho movimiento. Que el museo no parezca lo que es: un lugar sagrado donde se guardan las obras que merecen estar en él, en silencio, orden y quietud.

Si hay algo que se cumple de verdad, siempre e inexorablemente, es la ciencia-ficción. Deberíamos ir pensando en guardar las obras originales en lugares sólo accesibles, previa demostración de capacidad, a quienes realmente interesan y colocar copias mecánicas o digitales en las salas actuales. El público puede seguir disfrutando de la visita –no advertiría el cambio–, la algarabía actual podría continuar sin problemas y los directores seguir con sus festolines culturales.

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El niño con pez sigue adelante. Ha estado parado un par de meses. Había trabajado el celaje, los lejos y el río que discurre por la derecha. La cara del niño dejó de parecerse a mí y, en su lugar, ha ido manifestándose la cara de un amigo indeterminado de la infancia. El Otro, seguramente.

El bodegón de primer plano ha cambiado por completo: había sobre la mesa un par de conejos muertos y unos zorzales (una idea tomada de Chardin) pero los espacios, a izquierda y derecha –los encuentros con el paisaje–, no funcionaban de un modo natural. Mirando bodegones holandeses se encendió la luz: aboceté la otra tarde un paño blanco con un plato de peltre encima y unos trozos de pan, una liebre colgada de una cuerda por las patas, con el tórax y cabeza reposando en la mesa y dejé uno de los conejos. Los zorzales cayeron porque estorbaban. La composición está ahora bien, me parece: hay recorridos, los pesos están equilibrados y la cabeza del niño no funciona ya como un tiro al blanco. Hay todavía cosas que hacer: acortar el salmón un poco (comprar uno en la pescadería y pintarlo muy rápido para no tener que ventilar el estudio en pleno invierno) y pedir a los amigos que cazan que me traigan liebre y conejo. Veintitantos años más tarde tal vez pueda acabar con bien el cuadro.

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Insisten en que busque una galería fuera de España. Son malos tiempos y todo es útil para el convento. Pero dónde: USA queda muy lejos y tiene su propia gente, no me veo. Tendría que ser en Europa pero, descartada Italia por razones estrictamente personales, quedan Francia, Alemania y Gran Bretaña. En el primer país tuve ocasión de entrar cuando hacía pintura moderna pero mi marchante –demasiado mayor para aventuras– no me secundó. Es un país complicado para los pintores españoles una vez muerto Franco: entonces bastaba con declararse contrario al régimen para ser bien acogido. Ahora qué dices, ¿que no quieres ni ver a Iglesias? No creo que funcione. Tal vez si fuese catalán.

No hablo alemán y me inquieta bastante la afición que le tienen a lo conceptual, una tradición que viene de lejos: el secular miedo al cuerpo humano de los pintores alemanes de la época de Durero sólo superado por el pavor ante la naturaleza de sus paisajistas.

Quedan los británicos, con quienes me llevo idealmente mejor, pero está lo del Brexit y una renovada aversión a lo continental. Un pintor de allí me ha recomendado que hable con una tanda de galeristas y eso haré. Mire usted, si yo en una mañana de campo me hago cuatro o cinco tablitas, con que me dieran cien euros por cada una no vea lo contento que podría ponerme.