Cuello largo, madonna

 

 

No acabo de entender por qué hay personas que se toman la molestia de leer lo que escribo. No es un ataque de falsa modestia, lo prometo, sino la evidencia de que en la red gusta leer cosas breves y de impacto. Lo primero sí son estas notas, a veces, pero lo segundo me parece que no. Yo mismo, cuando paso la vista por lo que va ofreciendo la pantalla del portátil, tiendo a detenerme ante lo llamativo, aunque apenas comenzado a leer lo descarte.

Se producen afinidades electivas y terminas por leer a unos y no a otros. Pasa con todo porque con las imágenes me ocurre lo mismo: un instante basta para saber si quiero mirar o no, si me ofrece algo que alimente o es un plato estragante y, también a veces, tóxico.

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No suelo hacer de crítico de pintura, o mejor dicho, de la pintura concreta de alguien. Procuré evitarlo cuando escribía, salvo un par de veces, y bien que me arrepentí pues entre nosotros, por más que intentes no entrar en ello, toda crítica es personal. Criticar la obra es criticar la persona y, aunque sea cierto en parte que una obra aburrida tiene detrás a un plasta no siempre es así. En España se hace escalafón aguantando, –quiero decir: aguantándolo todo– y si eres capaz de llegar pintando a los cincuenta te caen todos los reconocimientos encima aunque la obra tuviera siempre vuelo codornicero: raso y bajo.

El caso es que hace unos días leí una larga entrevista a uno de esos grandes artistas de la Movida, una cosa que se inventó el difunto QR junto con TxB, aunque se adjudica a otros. El entrevistado lo ha tenido todo: premios, ha vendido caro y ahora le quieren hacer un museo o qualcosa sia. No está mal para haber pintado monigotes arquitecturados durante toda su vida. Son glorias locales, muy locales, y hay que respetarlo todo. El caso es que ha podido hacer algo envidiable: dedicarse a pintar sin mayores preocupaciones.

Pero se queja, está insatisfecho, opina que le tratan como a un apestado. Vuelto el argumento lo que quiere decir es que merece más, que no le hacen todo el caso que su figura y obra merecen. Y se reivindica a lo largo y ancho de su biografía, entusiasmado consigo mismo.

Hasta ahí lo habitual: la vanidad de aquel a quien hicieron mucho caso y, como era de temporada, se pasó. Pero, tal y como hiciera el del gotelé churretoso años atrás, se reclama heredero de los clásicos. Opina que saber en su veintena del Manierismo (cita a Bronzino, Pontormo y el de Parma de la Madonna col collo lungo) era una apoteosis, una hernia neuronal, un surmenage en el lomo. Pobre, un tipo más torpe que un cerrojo pero con voluntad de acero, como el soviético del mismo metal.

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Conviene no olvidar que, en ocasiones, la naturaleza otorga al botarate grandes cualidades en la lucha por la vida.

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Hacía mucho que no lo veía. Tuvo un taller que cerró para jubilarse. Estaba haciendo la compra, como yo, en el Leclerq. Hablamos un rato y se fue. Al poco volvió diciendo que se había dejado la cartera en casa, si podría prestarle 50 euros. Claro, me caes bien desde que te conozco.

Días más tarde venía por la calle en mi dirección. Yo había olvidado el pequeño préstamo y me extrañó que se metiera precipitadamente en el primer lugar que encontró abierto. Qué curioso. Suponía que las cosas le iban bien. O tal vez se le han ido unas cuantas pinzas a patinar, también pasa.

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El siglo XIX es, en la pintura, un revoltillo maravilloso. Bueno con malo. Lo primero es de gran calidad mientras que lo segundo pringa que no hay por dónde cogerlo. Transitar aquel siglo no es para estómagos frágiles. Separar la grasa de la buena pintura tampoco es sencillo: hace falta paladar fuerte y no dejarse arrollar por el gusto del siglo, estomagante en buena medida. Esto último se da con abundancia y en avanzado estado de descomposición.

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Ahora que el celebrado Caminito del Rey es transitable y hay que reservar billete con antelación los amigos aventureros andan diciendo que ‘antes sí era…’ etc. Todos. También la ruta del Cares que yo hice adolescente es ahora una romería. Y Toledo, y Segovia, y Cuenca.

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Mis cuadros necesitan mucha luz. Hay opacidades y transparencias, luz y sombra. La luz real tiene que atravesar las capas para poder apreciar los matices que yo no he puesto, lo que un alemán algo cursi llamaba ‘grises ópticos’.

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Hace unos días ha muerto el escultor Paco López Hernández. Han pasado muchos años desde que lo vi por última vez. ¿Cuántos, 20, 25? Su casa de La Herguijuela amenaza ruina desde tiempo atrás y no he vuelto a ver al lagarero que la cuidaba. Fue un sábado de primavera por la tarde, acababan de hacer merengues y los tomamos disfrutando el momento. Meses después pasé por su estudio para un encargo que no llegó a realizarse. Lo recuerdo como un hombre bueno y cabal, tranquilo por fuera y con la tormenta por dentro, muy a lo lejos.

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