Especular

 

 

Un plan perfecto para aumentar el valor de tu colección. Monta una fundación y asegúrate de que todos los miembros del consejo te son leales. En los puestos retribuidos procura colocar gente agradecida. Lo siguiente es dirigirte a los políticos, de preferencia uno solo pero que tenga poder real. Que sus deseos sean órdenes, quiero decir. Deslúmbrale, explota su lado filisteo –más habitual en los políticos de lo que imaginas– y deja caer que hay ‘otros’ en ‘otras’ ciudades que están interesados pero que tú prefieres éste lugar pues, aunque no tienes vínculos ni familia y lo acabas de conocer, te tiene subyugado.

Que te construyan, arreglen o restauren un edificio importante. Si puede ser emblemático, mejor. Es fundamental que no pongas ni un euro, sólo las obras artísticas, cuya propiedad mantendrás. El edificio debe ser a tu gusto. Impón al arquitecto, si ya han tragado, tragarán con esto también.

Es crucial que fiches a uno o varios profesores de la universidad más próxima. No ahorres dinero en esto: invitaciones a comer en los restaurantes más caros, confianza aparente, facilidades… haz que se sientan bien, felices por haber sido elegidos. Serán tu línea de choque por si al político le entran dudas.

Tienes que dejar algunos puestos retribuidos para que el político coloque a unos cuantos. Los va a pagar él con el dinero de todos, déjale chance. Ya te harás con ellos más tarde. Con los medios informativos locales has de ser especialmente generoso, la información tiene que llegar fluidamente. Es otra parte de tu ejército y jugará un papel decisivo en la operación.

Es el momento de decir –si acaso lo tuyo fuera una colección de arte– que no tiene la menor importancia si las obras son buenas, malas o regulares. Para hacerlas buenas estás trabajando. La gente, el público, aceptará lo que digas: no tiene la menor idea y siente verdadero pavor a ser considerado ignorante o, peor, paleto. Hay que poner el bombo a funcionar: la ciudad entera ha de saber que todo lo que expongas, digas o hagas, es importantísimo y no se lo puede perder. Piensa que una mierda en una lata tirada en la calle es sólo una mierda pero en tu espacio –miedo escénico mediante– es una obra de arte.

En los primeros meses la entrada de público será masiva. Debes estar preparado para cuando el efecto sorpresa deje de funcionar. Echa mano de colegios e institutos, cázalos a lazo: son entradas. Recuerda que al político le deprime gastarse el dinero de todos y que no acuda un alma. Monta circo, haz lo que sea pero que haya entrada. Si a pesar de todo la gente no va echa la culpa a la necesidad de invertir más dinero (público): más edificio, más personal, más presupuesto. Gastar más es algo que siempre le gusta al político, no le vayas nunca con miles ni cientos de miles, háblale de millones.

La jugada es de mano maestra: no pones un euro, haces que tu colección multiplique su valor por el hecho de estar ‘museada’, tienes gente pagada con dinero público ocupándose de mantenerla, retienes la propiedad y pasarás por ser un benefactor de la ciudad. Negocio redondo.

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Fui becario entre 1973 y 1974 del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca. Su fundador y propietario de la colección, el pintor Fernando Zóbel, pidió al alcalde de la ciudad un edificio para exponerla. Éste, generosamente, cedió las Casas Colgadas en alquiler por el precio simbólico de una peseta al año. La rehabilitación del edificio fue sufragada enteramente por Zóbel. Nunca aceptó subvención de ninguna clase. De vez en cuando se la ofrecían desde el ministerio correspondiente y siempre la rechazó. Era un hombre libre y quería seguir siéndolo, sin compromisos y colgando las obras que le gustaban. Cuando vio que mantener vivo el museo suponía, además de un serio esfuerzo económico, un consumo de tiempo que él prefería emplear en pintar y viajar, cedió toda la colección a la Fundación March, que es quien actualmente detenta y mantiene la propiedad.

Dos formas muy diferentes de actuar: el caballero y el rufián. Rufián de diseño, por supuesto.

 

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