Estómago con telarañas

 

 

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El cuadro de Shishkin era como un milagro. La luz pintada tal y como hace un momento la luz real ha iluminado el pueblo: tras la tormenta, contra un cielo azul de Prusia cargado y eléctrico, el sol ha conseguido meter su linterna y el foco ha tocado tejados y chimeneas, iglesias y palacios, el berrocal y los lejos.

El Shishkin lo vi en Salamanca, en una exposición viajera de pintores rusos del siglo XIX, espléndida, inolvidable. Conocía las obras a través de las reproducciones de libros editados en Inglaterra, cuando no había internet.

No es un pintor rotundo porque está lejos del foco –París– y ha de hacer concesiones a un público tan entusiasta y deseoso de obras à la mode de Francia como provinciano y tendente a la estampa algo cursi. Le ocurre lo mismo a Levitan, el fino pintor luminista. En ambos, cuando llega ese momento gozoso del olvido del cliente y encargo, brotan talento y sensibilidad como es raro encontrar en pintores más nombrados.

Hoy es tan fácil buscar información en internet que ha de excusarse repetir lo que está a un par de toques de ordenador. La evocación ha llegado con la luz tormentosa.

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De lo grande a lo pequeño, de lo corto a lo largo, de la densidad al croma.

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Es mi costumbre olvidar un cuadro durante meses y retomarlo más tarde. Durante la pelea inicial no tengo distancia y debo parar. Cuando vuelvo a ponerlo en el caballete ya no es mío sino de alguien que no supo acabarlo. Aparece entonces la manía profesoral: tomo asiento y veo con claridad los fallos cometidos. Me corrijo como si fuera un cuadro del alumno X.

Otra manera. Es el amigo al que quieres mucho pero, en exceso, te cansa. Pasas una temporada sin verlo y qué alegría en el reencuentro.

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Haes puede ser más real que los realistas pero no es todavía un realista sino de la escuela clásica, en el sentido del «necesito aquí un peso y pongo un árbol; esta montaña no hace lo que me viene bien en la composición, corrijo su forma y la obligo». Asunto diferente es cómo pinta ese árbol que hace de peso visual o sirve para confundir la vista ante una realidad que no suele ser dócil a la hora de reducirla al plano. Una fuga indeseada, un encuentro de líneas que debe ser equilibrado. Un árbol, una roca o, como quería Z. en el cuadro de Chardin, un gato negro. Todo sirve para facilitar la vida al espectador y hacerle creer que el mundo está ordenado.

Haes no hubiera aceptado la sumisión artística a la realidad inmediata, fotográfica.

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Decía Rembrandt que no hay mejor maestro que la realidad. Es cierto si sabes cómo aproximarte a ella pero puede ser letal para un joven aprendiz, que necesita escudo y armadura para no caer acribillado.

La realidad es la escuela de la humildad. Sin humildad no das la talla que te corresponde.

En el otro lado reina la egolatría. Los maestros de la abstracción la practicaron sin recato pero el ególatra supino es el artista conceptual o performancero: pensar que darse cabezazos contra la pared hasta sangrar o meter en un museo cualquier porquería encontrada es arte porque tú lo dices viene a ser la cima absoluta no sólo de la egolatría sino también de la estupidez.

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La vida de las personas es poca cosa y puede resumirse en unos cuantos acontecimientos. Es la espiritualidad lo que da trascendencia tanto a esos acontecimientos como a la trivialidad que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo.

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El motor de la guerra es el dinero en cualquiera de sus formas: agua, caza, territorios, vasallos, salidas al mar, fuentes de energía…

El fanatismo es el brazo armado del dinero cuando las demás estrategias no funcionan. Dentro del fanatismo están las guerras de religión. El dinero utiliza a los fanáticos para sus fines pero la historia nos ha enseñado que utilizar el fanatismo es cabalgar un tigre. Decir que la historia nos enseña es, cuando menos, un recurso pobre pues también nos demuestra que no aprendemos. Repetición y diferencia, con un leve salto de rosca cada vez .

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El fracaso general del comunismo tiene asiento en un hecho trivial en apariencia : la desincentivación del trabajo y, por ello, la banalizacion del esfuerzo. Sin represión no hubieran podido controlar el saboteo generalizado. De hecho ningún país comunista ha sido capaz de garantizar a la población el acceso a los recursos básicos.

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Lo dice un arquitecto: «Le Corbusier fue un espíritu brutal. Su concepto del paisaje es espantosamente primitivo, una regresión aterradora ante el paisaje real, que es mezcla sutil, compleja, evolutiva, de naturaleza primordial y efectos antrópicos. Pero es la visión que ha prevalecido, como la fealdad picassiana.»

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Da lástima ver cómo los de mi quinta y después las antaño ‘vacas sagradas’ van cayendo en las redes.

Conceptos y performances les han quitado el sitio y ahora se apiñan en el último trocito de tierra firme que les queda. Años atrás no hubieran puesto el pie ni de visita pero se van acostumbrando. Decía Nietzsche que nadie es tan corruptible como un artista (no conocía a los políticos de nuestro tiempo) aunque tal vez no sea tanto corrupción cuanto estómago con telarañas.

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Foto: Jesse Marlow