Que no entren moscas

 

 

Nos van a salvar. Por los pelos pero van a hacerlo. Vuelven a darle otro retoque a la ley que regula los contratos públicos. Un golpecito de nada. Esta vez será contratar ‘por bloques’ con un mínimo de medio millón de euros cada uno, cantidad que para carretera, presa o camino, es casi nada pero en el patrimonio histórico es bastante. Se trata de defender a las pymes, que son las que saben hacer trabajos tan delicados. Y para defenderlas tendrán que ser las grandes las que se hagan con los contratos y los repartan entre las más competentes. A la oferta más baja, se entiende.

Hay un genio que controla todo esto, un genio cuyo nombre ignoro pero al que me gustaría conocer para invitarlo a lo que sea. Cada vez que toma una decisión mueren ochenta o cien empresas de restauración y se desploman unas cuantas torres de iglesias y castillos. El tipo es muy listo: sabe que es más sencillo entenderse con el zorro que con las gallinas. Aunque estas den huevos y aquel dentelladas. Entenderse es palabra escogida. Todo consiste en hacerlo con el jefe del gallinero, que no es el gallo ni la gallina más sabia o ponedora sino el raposo.

Efectos perversos de los cambios en la ley: puedes ganar un concurso, que tu oferta sea la mejor, pero el turno corra hasta que la bolita caiga en la casilla deseada. Y puede ser la de una empresa que se dedique a la cría de nenúfares, sin la menor experiencia en la restauración de bienes históricos. Para lo que se pretende tal cosa es irrelevante: ya se buscará la vida, es decir, ya habrá una pyme que sepa hacer el trabajo y que se pueda estrujar hasta que reviente. Si no se encuentra porque precio y condiciones son abusivas que la hagan los pistoleros, la gente es tonta y no entiende. La que entiende es poca y da igual porque ha de mantener la boca cerrada para que no entren moscas.

Bien venidas sean las modificaciones a la ley. España es sol y manduca. Conservar el patrimonio histórico está muy bien pero qué hay de lo mío. Lo estamos viendo, está pasando.

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Las escenas que llegan desde Venezuela borran cualquier tontería que pudiera haberse pensado sobre las nuevas vías al comunismo: son las de siempre. Muy mal informados, se pensaba que una democracia sólo pueden destruirla un golpe militar o una guerra civil, cataclismos. Puede hacerse desde las urnas. Lo hizo Hitler y lo están haciendo los chavistas. También los separatistas, que no pararán hasta provocar el conflicto pues sería el único modo de convertirse en parte. No es casualidad que les hayan pillado comprando armas.

La revolución bolchevique no se hizo como contaron. Los profesionales del asunto aprovecharon el descontento de los soldados para venderles paz y volverlos contra sus oficiales. Cuando juntaron suficientes asesinaban a quienes no veían claro seguir guerreando en lugar de volver a casa. Disciplina revolucionaria a tiro limpio. En la base del cráneo.

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Enciendes la tv para ver las noticias y dan ganas de cumplir veinte años para salir a escape, lo más lejos posible.

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En una oficina de atención administrativa un hombre del campo, ganadero trashumante, presenta papeles. El funcionario, amable, le señala lo que está mal y lo que ha olvidado poner. Me presto a echar una mano y le ayudo a rellenar los datos. El hombre, con serias dificultades, ha de presentar papeles para que le den una clave informática. No entiende nada, no sabe por qué le hacen perder el tiempo.

Es de un pueblito de la montaña de Ávila. Por lo que dice tal vez no sean cien habitantes. Sabe que existen ordenadores pero lee, escribe y firma con dificultad. La clave no la quiere para nada aunque en lo sucesivo –advierte el funcionario– ha de dirigirse con ella a la administración. Le explica las ventajas de la tramitación online. El vaquero repite una y otra vez que no entiende, que no sabe. Resulta muy triste.

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Doy vueltas a la compra de una pareja de jilgueros, un pajarillo que me cae muy simpático por verlos en el campo desde niño y por el cuadrito de Fabritius que está en el Mauritshuis. Cuando imagino la jaula paro, no soy capaz.

Esta mañana, mientras desayunaba en el patio, se posó un jilguero salvaje en la antena de una casa próxima. Estuvo un rato reclamando y se fue. Una figura menuda de mejillas bermellón y pincelada de amarillo cromo en las alas.

Tomé la única decisión sensata: escribí al museo para pedir una imagen en alta resolución del cuadro de Fabritius. Haré una copia.

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Leo que Dalí opinaba que Velázquez fue el único gran pintor que no era un imbécil. La afirmación es cierta por razones que los velazquistas conocen de sobra pero la lista de un solo componente no refleja la realidad.

Estoy seguro de que Caravaggio era un bobo con grandes dotes artísticas, además de un tipo inaguantable. Basta con ver su retrato.

No debieron ser tontos Rembrandt y Rubens, ni Da Vinci, Sanzio o Pontormo. Tampoco Vermeer, el posadero pintor. La lista fatigaría por extensa.

Otro matasiete, que hizo mafia con Caravaggio para quitar del medio –físicamente– a la competencia, fue Ribera. Se sabe muy poco de él: que era pequeño de talla, de ahí lo de Españolito, y poco más. A mí me desconcierta mucho este pintor, tanto como me gusta. Se come a Caravaggio por los pies, basta con ponerlos juntos, y sería mermado de estatura pero pintaba con la potencia de un gigante. Sobresale pintando carnes amojamadas aunque puede ser tan tierno como en el niño cojo o tan dulce como en el rostro dormido de Jacob.

Cuando era estudiante y no entendía el oficio pensaba que sus carnes estaban modeladas con pinceles de fino alambre. Qué disparate.

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En el XIX la grandeza pictórica se encuentra en los pintores realistas y eso incluye, en buena parte, a los pintores españoles de historia.

Resulta chocante, en un siglo que fue dramático y crudo, ver las obras de los que insistieron en la idealización de la realidad. Por degeneración del ideal terminan en las tapas de las cajas de bombones. Me refiero a los pintores de figura pues los paisajistas con vocación lírica no sólo resultan aceptables sino que, en ocasiones, son quienes dan la nota más alta.

Velázquez, cuando pinta la Venus del Espejo, la coloca de espaldas y elimina las peculiaridades anatómicas. El propio Rembrandt, tan realista de suyo, pinta a Saskia o Hendrickje particularizándolas justo hasta el límite en el que han dejado de ser anónimas.

Rubens pone tanta anatomía a sus figuras que pierden la identidad. Me refiero s sus desnudos, siempre en escala heroica. En los retratos puede ser tan detallista como le place, bastante más que Velázquez en todo caso.

En el XIX los desnudos son personas, con todas sus particularidades. No es un desnudo femenino o masculino sino Manuela o Manolo. La crudeza es tal que se comprende que la gente se ofendiera. Ya no saben moverse en el terreno medio entre lo particular y lo general. La carne ha dejado de ser rosada, nacarada o bermeja para imitar el tono del modelo con la mayor exactitud posible, aunque resulte bilioso.

En el XX, y lo que llevamos de éste, el realismo se ha hecho literario. No importa cómo se ha pintado sino la historia que nos cuenta. Dos figuras en la barra de un bar por la noche, muchacha lisiada recostada en la pradera con casa al fondo. Aún dicen que el pescado es caro.

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Rubens. 
Isabel Clara Eugenia.
1625